Desaprender para cambiar
Daniel Smeke Zwaiman
Me gustaría compartir una historia que ayuda a ejemplificar lo que para un servidor significa el concepto de cambio en una organización. Los británicos introdujeron el golf en India en el siglo XIX, después de construir el primer campo de golf, el Royal Calcuta, descubrieron un problema; los monos se sentían intrigados por las pequeñas pelotas blancas, por lo que bajaban de los árboles para recogerlas y llevárselas consigo, evidentemente era un trastorno para los jugadores. Como respuesta los encargados del campo levantaron vallas para evitar que los monos entraran, pero estos las escalaban fácilmente. Trataron de capturarlos y llevárselos lejos, pero estos regresaban. Probaron con emitir fuertes sonidos para alejarlos, pero nada funcionaba. Al final, encontraron la solución, cambiando una regla del juego: la pelota se lanza desde donde el mono la haya dejado.
¿Qué es lo que teme la gente cuando dice que no está listo o no le gusta el cambio? Puede ser el malestar de sentirse confundido o el trabajo extra y el esfuerzo que exige el cambio. Para algunos cambiar el rumbo también es signo de debilidad, algo similar a admitir que no sabe lo que se está haciendo, cosa extraña ya que una persona que no puede o quiere cambiar de idea se vuelve peligrosa para la organización. Y nunca el cambio será signo de debilidad.
El interés propio suele guiar la oposición al cambio, pero la falta de conocimiento de uno mismo lo estimula todavía más. Una vez que conoces a fondo un sistema dejas de ver sus fallas y esa ceguera puede ocasionar problemas serios en las organizaciones.
No se trata de cambiar por cambiar, a menudo hay muy buenas razones para dejar las cosas tal como están, un cambio equivocado puede hacer peligrar los proyectos. Pero aunque ciertas reglas hayan sido establecidas por buenas razones, al cabo de un tiempo se desarrolla tal cantidad de normas que, vistas en conjunto, pueden carecer de sentido. El gran peligro es que la organización se sienta tan abrumada por reglas bienintencionadas que solo logren una cosa: acabar con el impulso creativo.
La gente lucha por aferrarse a lo que conoce, lamentablemente a veces no somos capaces de distinguir entre lo que funciona y merece la pena conservar y lo que nos frena y deberíamos descartar.
El primer paso para crear un ecosistema que fomente el cambio es aprender a desaprender.